(Esta entrada se publicó primero en el número 13 de la revista Buk Magazín, que puedes leer online.)
A finales del siglo XIX, el Observatorio Astronómico de Harvard emprendió el ambicioso proyecto de intentar catalogar todas las estrellas del cielo. A partir de fotografías del firmamento obtenidas por sus telescopios, se podía establecer la posición, el brillo y el color de cada una de las estrellas. Debido a la poca calidad de las placas fotográficas, la tarea era tediosa y requería de mucha agudeza visual, gran concentración y una enorme dosis de paciencia.
Henrietta Swan Leavitt (1868-1921) |
A finales del siglo XIX, el Observatorio Astronómico de Harvard emprendió el ambicioso proyecto de intentar catalogar todas las estrellas del cielo. A partir de fotografías del firmamento obtenidas por sus telescopios, se podía establecer la posición, el brillo y el color de cada una de las estrellas. Debido a la poca calidad de las placas fotográficas, la tarea era tediosa y requería de mucha agudeza visual, gran concentración y una enorme dosis de paciencia.
El director
del Observatorio, Edward Charles Pickering, decidió contratar exclusivamente a
mujeres para realizar esta tarea, pues estaba convencido que estas tenían “la
destreza para realizar trabajos repetitivos, no creativos”. Lo que no decía
Pickering es que una mujer cobraba bastante menos que un hombre por desempeñar el
mismo trabajo. El “harén de Pickering”, como pronto se le conocería con sorna, estaba
formado por trece mujeres. Una de ellas era Henrietta Swan Leavitt.
El "harén de Pickering" en plena actividad, hacia 1890 |
Poco es lo
que sabemos de la vida de Henrietta. Nació en 1868 en Lancaster, Massachussetts
(Estados Unidos) en el seno de una familia puritana. Se graduó en el Radcliffe College
con 24 años y, en 1893, entró como voluntaria en el Observatorio de Harvard. Allí
se encargó de estudiar las llamadas estrellas variables, aquellas cuya
luminosidad cambia con el tiempo de forma periódica. A lo largo de toda su
vida, llegaría a descubrir más de 2.400.
Pero Henrietta no se iba a conformar con ser una simple computadora, nombre con el que se
conocía entonces a las mujeres que desempeñaban este tipo de trabajo reiterativo.
En su estudio de las estrellas variables, intentó buscar una relación entre su
luminosidad y su periodo. El desafío para la época era enorme. Si uno observa unos
pájaros en el cielo y uno de ellos parece más pequeño, ¿cómo saber si es
realmente más pequeño o simplemente vuela más alto? Lo mismo le ocurría a
Henrietta. Al desconocer la distancia de las estrellas variables a la Tierra,
no podía saber si su mayor o menor luminosidad simplemente era consecuencia de
estar más o menos cerca de nosotros.
Fue entonces cuando se fijó en un tipo particular de estrellas variables
llamadas Cefeidas, 25 de las cuales
se acumulaban en la región conocida como la Pequeña Nube de Magallanes. Al
estar tan agrupadas, Henrietta consideró que la distancia de todas ellas a la
Tierra debía ser aproximadamente la misma. Era como decir que, en una bandada de
pájaros, todos vuelan a la misma altura. Así pudo comparar los datos de esas 25
Cefeidas y llegar a la siguiente conclusión: la luminosidad de una estrella variable
era mayor cuanto más largo fuese su periodo. Detrás de esta inocente frase se
escondía una herramienta capaz de medir distancias en el Universo.
En efecto, al combinar el trabajo de Henrietta con otros métodos
astronómicos se pudieron calcular la distancia a diversas Cefeidas. Así, en
1925, el astrónomo estadounidense Edwin Hubble determinó que la nebulosa de Andrómeda era en
realidad una galaxia que se encontraba a unos 800.000 años luz de nosotros. Fue
la primera de muchas otras galaxias que se descubrirían en los siguientes años.
Luego, en 1929, el propio Hubble demostró que el Universo estaba en expansión. Gracias
a Henrietta, entre otros, la visión de un Universo estático en el que existía
una única galaxia –la Vía Láctea- se había hecho añicos.
Por desgracia, Henrietta nunca llegaría a saborear las mieles de su
merecido éxito. En 1921, un cáncer fulminante acabó con su vida en pocos meses.
La noticia apenas trascendió, hasta el punto que, en 1924, el matemático sueco Gösta Mittag-Leffler quiso proponerla como candidata al Premio Nobel, sin saber que
llevaba muerta tres años.
En la actualidad, el asteroide 5383 Leavitt y el cráter Leavitt en la
Luna llevan su nombre a modo de homenaje.
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