Vasili Grossman (1905-1964) |
“Qué
ingenuas le parecían a Shtrum las ideas de los físicos de mediados
del siglo XIX, las opiniones de Helmholtz que reducía la tarea de la
física al simple estudio de las fuerzas de atracción y repulsión,
las cuales dependían sólo de la distancia.
¡El
campo de fuerzas es el alma de la materia! La unidad que comprende
onda de energía y corpúsculo de materia… la estructura granular
de la luz… ¿Es una lluvia de gotas luminosas o una onda
fulgurante?
La
teoría cuántica ha sustituido las leyes que rigen las entidades
individuales físicas por otras nuevas: las leyes de la probabilidad,
las de una estadística especial que ha abandonado la noción de
individualidad y reconoce sólo el conjunto. A Shtrum los físicos
decimonónicos le evocaban la imagen de hombres con bigotes teñidos,
enfundados en trajes con cuellos altos y almidonados, con puños
rígidos, apiñados alrededor de una mesa de billar. Aquellos hombres
con profundidad de pensamiento, pertrechados con reglas y
cronómetros, frunciendo sus tupidas cejas, medían velocidades y
aceleraciones, determinaban las masas de las esferas elásticas que
llenaban el tapete verde del espacio universal.
Pero
de repente el espacio, medido con varillas y reglas metálicas, y el
tiempo, mesurado con relojes de alta precisión, comienzan a
curvarse, dilatarse y aplastarse. La inmutabilidad ya no es el
fundamento de la ciencia, sino los barrotes y muros de su cárcel. Ha
llegado el momento del Juicio Final. Las verdades milenarias se han
declarado erróneas. En antiguos prejuicios, en los errores y en las
imprecisiones ha dormido durante siglos, como en un capullo, la
verdad suprema.
El
mundo dejó de ser euclidiano, su naturaleza geométrica estaba
formada por masas y sus velocidades.
La
progresión de la ciencia ganó rapidez en un mundo liberado por
Einstein de las cadenas del tiempo y el espacio absolutos.
Hay
dos corrientes: una que tiende a escrutar el universo, la segunda que
trata de penetrar en el núcleo del átomo, y aunque caminan en
direcciones opuestas nunca se pierden de vista, aunque una recorra el
mundo de los pársecs y la otra se mida en micromilímetros. Cuanto
más profundo se sumergen los físicos en las entrañas del átomo,
más evidentes se vuelven para ellos las leyes relativas a la
luminiscencia de las estrellas. El desplazamiento al rojo que se
produce en el espectro de radiación de las galaxias lejanas dio
origen al concepto de universos que se dispersan en un espacio
infinito. Pero bastaba acotar la observación a un espacio finito
semejante a una lente, curvado por velocidades y masas, para poder
concebir que era el propio espacio el que se expandía, arrastrando
tras de sí las galaxias.
Shtrum
no lo dudaba: no podía haber en el mundo hombres más felices que
los científicos… A veces, por la mañana, de camino al instituto,
y durante los paseos vespertinos, y también aquella noche mientras
pensaba en su trabajo, le embargaba un sentimiento de felicidad,
humildad y exaltación.
Las
fuerzas que llenaban el universo de la luz suave de las estrellas se
liberaban en la transformación del hidrógeno en helio…
Dos
años antes de la guerra dos jóvenes alemanes habían logrado la
fisión de un núcleo atómico pesado bombardeándolo con neutrones,
y en sus investigaciones los físicos soviéticos habían llegado,
por vías diferentes, a resultados similares; de repente
experimentaron la misma sensación que cientos de miles de años
antes tuvieron los hombres de las cavernas al encender la primera
hoguera.
Desde
luego era la física la que determinaba el curso del siglo XX. Al
igual que en 1942 era Stalingrado lo que estaba determinando el curso
de todos los frentes de la guerra mundial.
Pero
Shtrum se sentía acechado por la duda, el sufrimiento, la
desesperación.”
(Este
es el capítulo 17 de la monumental Vida y Destino
de Vasili Grossman, un libro que estoy disfrutando como pocos y del
que todavía me quedan casi 800 páginas.)
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