(Esta entrada se publicó primero en el número 22 de la revista Buk Magazín, que puedes leer online.)
Hedy Lamarr, en 1940 | Fuente |
Hedwig Eva Maria Kiesler nació en Viena
el 9 de noviembre de 1914 en el seno de una familia judía. Su padre,
Emil, era banquero; su madre, Gertrud, pianista. Ya desde pequeña
llamó la atención por su inteligencia, y llegó a ser considerada
una superdotada por sus profesores. Sin embargo, su enorme belleza,
unida a su vena artística, le llevaron a abandonar los estudios y dedicarse al teatro.
Todavía
no había cumplido veinte años y ya era conocida en todo el mundo,
al ser la primera mujer en salir totalmente desnuda en una película
comercial, Éxtasis
(1933). Sus padres, avergonzados ante el escándalo que se levantó,
arreglaron el matrimonio de su hija con Friedrich Mandl, un magnate
de la industria armamentística. Mandl resultó ser un marido
extremadamente celoso, que apartó a Hedwig de su carrera de actriz y
la mantuvo recluida en casa, de la que solo salía para acompañarlo
a las cenas y viajes de negocios.
Hedwig
aguantó cuatro años en este infierno. En 1937, con la ayuda de su
asistenta, consiguió fugarse por la ventana del lavabo de un
restaurante y huir en automóvil hasta París. Sin equipaje alguno,
tuvo que vender las joyas que llevaba puestas para alcanzar su meta,
Estados Unidos. Durante el viaje en barco conoció a Louis B. Mayer,
productor de Hollywood. Cautivado por su belleza, éste le ofreció
trabajo, a condición de que se cambiase el nombre para no asociarla
con el escándalo de Éxtasis.
Al llegar a su destino, tenía un contrato de siete años y un nuevo
nombre: Hedy Lamarr.
Su
carrera en Hollywood tuvo luces y sombras. Trabajó con algunos de
los mejores directores del momento (King Vidor, Cecil B. DeMille o
Jacques Tourneur). Compartió cartel con grandes estrellas como Clark
Gable, Spencer Tracy o James Stewart. Y llegó a ser considerada la
“mujer más bella del mundo”. Sin embargo, no tuvo suerte con la
elección de las películas (rechazó el papel protagonista de
clásicos como Luz
de Gas
y Casablanca)
y, a partir de 1950, su aparición en la gran pantalla fue cada vez
más esporádica.
Durante
la Segunda Guerra Mundial conoció a George Antheil, compositor e
inventor estadounidense. Uno de sus temas de conversaciones favoritos
fueron los torpedos teledirigidos, un arma clave de la Segunda Guerra
Mundial que, sin embargo, era muy vulnerable a la interferencia de
las señales de radio por el enemigo. Aprovechando el conocimiento
sobre armas adquirido en las veladas con su ex-marido, Hedy empezó a
buscar con Antheil una solución al problema de los torpedos. En
1941, ambos patentaron un sistema
que consistía en un equipo emisor de radio que, sincronizado con
otro receptor, podía ir saltando de frecuencia si ambos conocían la
secuencia de los saltos. De este modo se evitaba que el enemigo
pudiera interceptar las señales. La patente se aplicaba al control
remoto del timón de un torpedo. Pero nada impedía que se usase
también para la transmisión de mensajes de voz.
La patente de Lamarr-Antheil, en la que ella firmó con su apellido de soltera. | Fuente |
Este
sistema iba muy por delante de su época, y la patente caducó sin
que nadie la utilizara. Sin embargo, a partir de la década de 1960,
empezó a encontrar aplicaciones militares; la primera de ellas
durante la crisis
de los misiles de Cuba en 1962, para el control remoto de boyas
rastreadoras. En la actualidad, muchos sistemas orientados a voz y
datos emplean sistemas basados en el cambio aleatorio de canal. Entre
ellos, todas las tecnologías inalámbricas como el 3G, el Wi-Fi o el
BlueTooth.
Aunque
Hedy fue una pionera de las telecomunicaciones, su trabajo pasó
inadvertido durante décadas. Al parecer, alguien pensó que eso
podía perjudicar su imagen de diva, y su faceta de inventora se
mantuvo en secreto mientras era una estrella de la Metro.
Hedy
Lamarr murió el 19 de enero de 2000, cuando contaba con 95 años. En
su honor, el
Día del Inventor se celebra en Alemania y Austria el 9 de noviembre.
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