miércoles, 18 de mayo de 2011

Joseph Rotblat, ciencia y conciencia

Cuentan los que le vieron en Oslo en 1995 que Joseph Rotblat tenía un aspecto estupendo: estaba en forma, desprendía vitalidad y cautivaba a cualquiera con su sonrisa. Todavía mantenía una activa vida profesional en Londres, ciudad donde residía desde hacía cincuenta años. Se levantaba temprano por la mañana, se pasaba el día en su pequeña oficina en frente del Museo Británico y se acostaba hacia la medianoche. No estaba nada mal para una persona que por aquel entonces contaba con 86 años.

Joseph Rotblat,
una persona admirable.
Rotblat era físico y su pasión era la ciencia. Pero sus convicciones personales y su responsabilidad social le llevaron a dedicar más de media vida a advertir de los peligros de las armas nucleares. En reconocimiento a su labor, había acudido a la capital noruega a recoger el Premio Nobel de la Paz “por sus esfuerzos para disminuir el papel que desempeñan las armas nucleares en la política internacional y, a largo plazo, eliminar dichas armas”. El premio lo compartía con las Conferencias Pugwash sobre Ciencia y Asuntos Mundiales, de las que él mismo fue Secretario General y Presidente durante muchos años, y que tanto ayudaron a derribar el Telón de Acero, al facilitar el diálogo entre los científicos de las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética.

No es difícil imaginarse a Rotblat, en su hotel de Oslo, horas antes de recibir el galardón, repasando una y otra vez su discurso y, al mismo tiempo, rememorando su larga e intensa vida. Una vida que, como veremos a continuación, no fue nada fácil.

Una infancia de contrastes
Y eso que cuando nació en Varsovia el 4 de noviembre de 1908, su familia, de origen judío, tenía un próspero negocio de transportes especializado en documentos (lo que hoy llamaríamos un servicio de mensajería) y poseía unos terrenos en las afueras de Varsovia donde criaban caballos. Aquellos primeros años fueron, seguramente, los más felices de su vida.

Pero este bienestar no iba a durar mucho; exactamente lo que tardó en declararse la Primera Guerra Mundial en 1914. Los caballos propiedad de la familia Rotblat fueron confiscados por el gobierno estatal sin compensación alguna, y el contrato que acababan de firmar con una importante compañía finlandesa quedó anulado. La familia pasó de la opulencia a la pobreza en un abrir y cerrar de ojos: el pequeño Joseph cambió los paseos en pony por largas esperas en la cola del pan, mientras sus padres se dedicaban a destilar vodka ilegalmente.

La situación no mejoró después de la Primera Guerra Mundial y Joseph se inició en el oficio de electricista. Al mismo tiempo, empezó a sentir la llamada de la ciencia. Sin dejar su trabajo de electricista, se matriculó en el curso nocturno de física de la Universidad Libre de Polonia, la única a la que tenía acceso debido a sus posibilidades económicas. Terminó en tres años y en 1933 pasó al Laboratorio Radiológico Miroslaw Kerbbaum, cuya directora honorífica era la mismísima Marie Sklodowska-Curie. Allí hizo sus prácticas bajo la tutela de Ludwick Wertenstein, un físico que había trabajado junto a la propia Curie en París y luego con Ernest Rutherford en el Laboratorio Cavendish de Cambridge. Rotblat empezó a trabajar sobre dispersión inelástica de neutrones, un campo de investigación que pronto entraría en plena efervescencia.

Meitner y Hahn, en el laboratorio en 1913.
En efecto, en 1938, los químicos alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann realizaron un descubrimiento asombroso. Al bombardear átomos de uranio –el elemento más pesado conocido entonces- con neutrones, obtuvieron elementos mucho más ligeros que el uranio, acompañados de una enorme emisión de energía. La física Lise Meitner, colega de Hahn encontró la razón: el núcleo del átomo se dividía en dos debido al impacto de un neutrón. El proceso fue bautizado como “fisión nuclear”, por analogía a la fisión celular (lo que nosotros conocemos como división celular).

Rotblat fue uno de los primeros en confirmar que en la fisión nuclear también se emitían una cierta cantidad de neutrones. En tal caso, cada uno de estos neutrones podría a su vez golpear y fisionar otros núcleos de uranio, produciendo más energía y nuevos neutrones, y así sucesivamente. En definitiva, se produciría una reacción en cadena. Si esta reacción en cadena se conseguía estabilizar, se tendría una fuente conti­nua de energía, lo que se llama un reactor o pila nuclear. Pero si la reacción se producía en una fracción de segundo y de forma descontrolada, se obtendría un explosivo con una capacidad de destrucción desconocida hasta entonces. La idea de una bomba atómica estaba ya en la mente de muchos científicos en febrero de 1939.

Fue entonces cuando Rotblat aceptó la invitación de James Chadwick, el físico inglés que había recibido el Premio Nobel cuatro años antes por su descubrimiento del neutrón, y que ahora  trabajaba en la Universidad de Liverpool.

La Segunda Guerra Mundial
En el verano de 1939, Rotblat recibió buenas noticias. Chadwick estaba tan satisfecho con su labor que le había concedido una beca de investigación. Gracias a este respaldo económico, Rotblat había regresado a Varsovia en busca de su mujer, Tola Gryn, para volver juntos a Liverpool.

Pero el destino estaba a punto de jugarle a Rotblat una mala pasada. En el último momento, un ataque de apendicitis obligó a Tola a quedarse en Varsovia. Tenía los papeles en regla, así que viajaría a Liverpool en cuanto se recuperase. El 30 de agosto de 1939, Rotblat tuvo que abandonar Varsovia para reincorporarse a su trabajo. Su tren fue uno de los últimos que salió de la capital polaca: apenas dos días después, el 1 de septiembre de 1939, Alemania invadió Polonia. 

Atrapado en Inglaterra tras la invasión de Polonia y sin noticias de su mujer, Rotblat continuó trabajando con Chadwick. Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, un grupo de científicos encabezados por Albert Einstein escribían al Presidente Roosvelt para avisarle del peligro atómico nazi. Apenas unos meses después, se ponía en marcha el Proyecto Manhattan para intentar conseguir la bomba atómica antes que los alemanes.

Inglaterra se unió al esfuerzo científico de Estados Unidos y envió un equipo encabezado por Chadwick. Rotblat fue elegido inicialmente, a condición de que renunciase a su nacionalidad polaca (una de las premisas de los estadounidenses era que sólo se unieran científicos británicos). Aunque Rotblat se negó en redondo, finalmente fue admitido en el proyecto, después de que los responsables acordaran hacer una excepción con él. 

Foto de Rotblat durante
su estancia en Los Álamos.
Rotblat estaba entusiasmado con la posibilidad de trabajar al lado de algunos de los científicos más importantes del planeta, como Enrico Fermi, Edward Teller o un jovencísimo Richard Feynman. Pero muy pronto sufrió un tremendo desengaño. En una conversación informal, escuchó decir al general Leslie Groves, el jefe del Proyecto Manhattan, que el verdadero propósito de conseguir la bomba atómica no era frenar a Hitler, sino imponerse a los soviéticos. Eso le pareció a Rotblat una falta inadmisible de ética. ¿Cómo se podía fabricar una bomba tan mortífera y utilizarla para someter a tu propio aliado? ¿Acaso no estaban muriendo cientos de miles de soldados y civiles soviéticos en Stalingrado, intentando detener a los alemanes? Por si había alguna duda, los informes de la inteligencia aliada de finales de 1944 eran bien claros: Alemania nunca obtendría la bomba atómica antes de que terminase la guerra.

Aquello era más de lo que su conciencia estaba dispuesta a soportar. Rotblat había aceptado trabajar en la bomba atómica para impedir que los nazis conquistaran el mundo. Si no lo iban a conseguir, no tenía sentido seguir adelante. Dicho y hecho. Rotblat fue el ÚNICO (en mayúsculas, negrita, cursiva, subrayado y lo que haga falta para remarcarlo) que se atrevió a retirarse del Proyecto Manhattan y abandonar Los Álamos. Y lo hizo por una cuestión de principios.

El movimiento Pugwash
Debajo de esa nube de hongo
estaba Nagasaki. 
De vuelta a Inglaterra, recibió otro terrible mazazo: los servicios secretos británicos le informaron que su mujer había sido asesinada por los nazis. También su mentor Wertenstein había caído durante el final de la guerra. Ni siquiera la alegría de la rendición alemana en mayo de 1945 le duró mucho. Ese mismo agosto los estadounidenses utilizaron la bomba atómica contra Hiroshima y Nagasaki. Le pareció un acto cobarde y atroz, y se arrepintió profundamente de haber colaborado en su fabricación, aunque no tenía nada que reprocharse. Entonces tomó una determinación: dedicar el resto de su vida a una rama de la física nuclear que no tuviese aplicaciones militares. La encontró en el Hospital de St. Bartholomew de Londres, donde utilizó sus conocimientos para estudiar el efecto de la radiación sobre la salud humana.

Rotblat no se conformó con este cambio de rumbo profesional y empezó a mostrarse más reivindicativo. Quería que la humanidad conociese los peligros de las armas nucleares. Fundó en 1946 la Asociación de Científicos Atómicos Británicos (BASA, de sus siglas en inglés). Colaboró con Einstein y con el matemático y filósofo inglés Bertrand Russell en el famoso Manifiesto Einstein-Russell de 1955, después de los primeros ensayos con la bomba de hidrógeno, en el cual se llamaba la atención de los científicos sobre las consecuencias de su trabajo y la necesidad de reflexionar sobre ellas. Y fue uno de los promotores de la Campaña para el Desarme Nuclear, lanzada en 1958.

Russell lee el Manifiesto ante la prensa (Associated Press).

Pero su instrumento más valioso para luchar contra la amenaza nuclear fueron las llamadas Conferencias Pugwash. En 1957, Rotblat organizó una conferencia sobre ciencia y asuntos mundiales, financiada por el industrial norteamericano Cyrus Eaton. Por exigencia de Eaton, se celebró en Pugwash, un pequeño pueblo pescador de Nueva Escocia, Canadá, donde él había nacido. La reunión fue un éxito y pronto se repitieron anualmente. En las Conferencias Pugwash participaban científicos de todo el mundo, aunque la mayoría eran de Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética. En medio de la Guerra Fría, era un hecho insólito que científicos de los dos bandos se reunieran y conversaran, lo que ayudó a acercar posturas y rebajar la tensión entre los dos grandes bloques. En ellas se establecieron, por ejemplo, las bases técnicas de algunos acuerdos como el Tratado de No Proliferación Nuclear o el Tratado sobre Misiles Antibalísticos.

Los veintidós participantes en la 1ª Conferencia
Pugwash; Rotblat es el séptimo por la derecha

(Pugwash Conference on Science and World Affairs).

Por su lucha de cuarenta años en contra del riesgo de guerra nuclear, mediante escritos, conferencias, organización de estudios y otras actividades, Rotblat recibió el Premio Nobel de la Paz de 1995, compartido con las Conferencias Pugwash sobre Ciencia y Asuntos Mundiales que él presidía entonces. Su discurso de aceptación finalizó con una frase extraída del Manifiesto Einstein-Russell: “Ante todo, recuerda tu humanidad”.

Joseph Rotblat murió el 31 de agosto de 2005. Tenía 96 años y la conciencia tranquila de los que se mantienen fieles a sus principios hasta el final.

Y para terminar, es difícil encontrar unas palabras más acertadas que las que Bertrand Russell dedicase a Roblat allá por 1969: “Muy pocos pueden ser sus rivales en el coraje, en integridad y en la abnegación total con la que abandonó su propia carrera científica (en la que, sin embargo, sigue siendo eminente) para dedicarse a combatir el peligro nuclear y otros relacionados. Si alguna vez se erradica ese mal y se enderezan los asuntos internacionales, su nombre deberá estar muy alto entre los héroes”.

NOTA: Esta entrada participa en la XIX Edición del Carnaval de la Física, que organiza José Manuel López Nicolás en su blog Scientia.

FUENTES:
  1. A. Fernández-Rañada, Heisenberg. De la incertidumbre cuántica a la bomba atómica nazi. Editorial Nívola, 2004.
  2. Martin Underwood, Joseph Rotblat: a man of conscience in the nuclear age. Sussex Acamedic Press, 2009.
  3. Irwin Abrahams, The Nobel Peace Price and the Laureates. Science History Publications, 2001.
IMÁGENES:Todas las imágenes son de dominio público salvo donde se indique lo contrario.

3 comentarios:

  1. Una verdadera aventura de la ciencia, con mucha miga además. Rotblat es venerado en Polonia, casi todo el mundo sabe quien es. Un apunte pedante, pero en según qué sitios importante: en 1914 Polonia no existía y Varsovia formaba parte del imperio ruso. Y una pregunta: ¿de veras los americanos sabían en el 44 que los alemanes no iban a ser capaces de desarrollar el gran petardo? No es la impresión que me da la lectura de las Catedrales de la Ciencia o de En busca de Klingsor, dos grandes libros.

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  2. Impresionante articulo, me gusta mucho.

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  3. Gracias Carmen por el comentario...y por recordarme que no le había contestado a Gonzalo!

    Gonzalo, a lo mejor a principios de 1944 no era evidente, pero a finales de ese año estaba claro que la derrota de Alemania era cuestión de unos meses (desembarco de Normandía, avance soviético por el frente oriental y continuos bombardeos sobre las ciudades alemanas). Los medio que disponían los alemanes para construir la bomba atómica eran bastante limitados, y fueron menguando a medida que las cosas se pusieron peor para ellos. Además, los propios alemanes hicieron su último gran esfuerzo en desarrollar los V-1 y V-2. Los estadounidenses sabían el enorme esfuerzo en tiempo y dinero que estaban necesitando para desarrollar la bomba con unos medios infinitamente superiores a los alemanes. (Fermi logró una reacción en cadena mantenida en diciembre de 1942 y la bomba no se pudo probar hasta julio de 1945, más de dos años y medio después). Si para entonces no habían sido capaces de mantener una reacción en cadena, algo que el espionaje aliado sí debía saber o al menos intuir, ¿qué podían conseguir en tan poco tiempo?
    Dicho esto, no conozco “Catedrales de la Ciencia” y no me he leído “En busca de Klinsgor”, aunque estuve a punto de hacerlo en su momento. No sé hasta qué punto lo que comentas es parte de la ficción del libro de Jorge Volpi.
    Por cierto, gracias por el apunte de Polonia. En vez de "gobierno polaco", he puesto "gobierno estatal".
    Abrazos a los dos.

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