miércoles, 25 de junio de 2014

William Utermohlen, el rostro del Alzheimer

Autorretrato de 1967

Todo debió empezar en algún momento de 1991, cuando se dio cuenta que tenía dificultades para abrocharse la camisa. Tal vez se lo contara de pasada a su mujer, sin darle importancia. Luego fueron apareciendo otros síntomas más preocupantes: lagunas de memoria, problemas a la hora de manejar el dinero y una caligrafía cada vez más deteriorada. Cayó en un estado melancólico del que apenas luchó por salir; estaba como ausente, sin prestar atención a lo que le rodeaba. Todo esto no sucedió de la noche a la mañana, evidentemente, sino con el paso de los meses. Lenta pero inexorablemente. Hasta que, en 1995, su mujer lo llevó a la consulta del Grupo de Investigación en Demencias del Instituto de Neurología del University College de Londres. La resonancia magnética no dejaba lugar a dudas: había un atrofia cerebral generalizada. William Utermohlen tenía la enfermedad de Alzheimer con 61 años.

Esta podría ser una de tantas terribles historias causadas por el Alzheimer, salvo por un detalle que la hace diferente. William Utermohlen era un pintor que había estudiado arte en algunas de las más prestigiosas escuelas de Estados Unidos y llevaba casi cuatro décadas pintando y exponiendo su obra en Estados Unidos e Inglaterra. Por su parte, su mujer era historiadora del arte. Cuando conocieron el diagnóstico, ambos decidieron que William siguiera pintando, con la idea de que sus cuadros sirvieran como muestra de la evolución de la enfermedad. En concreto, se centraron en el autorretrato, que William conocía bien por haberlo practicado habitualmente a lo largo de su carrera, y que para el pintor supone un esfuerzo de observación íntimo y personal. A través de una serie de autorretratos que realizó entre 1996 y 2000, podemos ver los estragos de la enfermedad sobre la pintura del artista, cuyo declive es más que evidente. Veamos aquí algunos de ellos: 

1996

1996

1997

1998

1998

1999

2000

Resulta estremecedor comprobar cómo pasa, en apenas cinco años, de una pintura de vivos colores y trazo seguro a otra plana, en la que ya ha abandonado la pintura al óleo y trabaja con lápices. Esa cara de mirada dura y penetrante se convierte al final en un rostro desfigurado, que es en definitiva que lo que le ocurrió a su propia persona. 

William Utermohlen dejó de pintar en 2000 y murió siete años más tarde por complicaciones derivadas de su enfermedad. Quién sabe si quizás algún día estos autorretratos sirvan para entender mejor la enfermedad de Alzheimer, un terrible mal que en muchos de sus aspectos sigue siendo un completo misterio para los científicos.

NOTA: Conocí esta historia en la estupenda charla que Javier Burgos dio durante el evento Ciencia Jot Down 2014 celebrado en Sevilla.


miércoles, 11 de junio de 2014

Ciencia Jot Down 2014: La ciencia es cultura


El próximo fin de semana tendrá lugar en Sevilla un acontecimiento muy especial: el evento de divulgación científica Ciencia Jot Down 2014, organizado por la revista Jot Down y la Universidad de Sevilla, con el patrocinio de la buena gente de Naukas, entre otros. Se trata de un evento único por estas tierras y que cuenta con un programa de auténtico lujo. Durante el viernes 13 y el sábado 14 podremos escuchar las charlas de varios de los pesos pesados de la divulgación científica en este país, como José Manuel López Nicolás, Clara Grima o Enrique Fernández Borja, entre otros. También seremos testigos de un par de mesas redondas -una sobre neurociencia, la otra sobre transgénicos y agricultura ecológica- que prometen ser apasionantes. Por si esto fuera poco, se entregarán los premios del certamen Jot Down Ciencia en sus dos categorías: divulgación científica y narración científica. Los ganadores, Anatomía de un pedo de Sergio Parra y Un pequeño problema de coherencia de Pedro Torrijos, han escrito, sin duda, dos obras que merece la pena leer y disfrutar. Y ya como colofón al evento, tendremos la actuación del grupo The Big Van Theory.

Para los que dudan que este tipo de eventos pueda tener tirón en una ciudad como Sevilla, aquí dejo un dato: el aforo para asistir se completó la semana pasada. Un lleno absoluto con 400 inscripciones, lo que supone un rotundo éxito antes incluso de haber empezado. 

Nos vemos ya mismo por allí...Porque la ciencia es cultura.




lunes, 2 de junio de 2014

Henrietta Swan Leavitt, mucho más que una computadora de estrellas

(Esta entrada se publicó primero en el número 13 de la revista Buk Magazín, que puedes leer online.)

Henrietta Swan Leavitt (1868-1921)

A finales del siglo XIX, el Observatorio Astronómico de Harvard emprendió el ambicioso proyecto de intentar catalogar todas las estrellas del cielo. A partir de fotografías del firmamento obtenidas por sus telescopios, se podía establecer la posición, el brillo y el color de cada una de las estrellas. Debido a la poca calidad de las placas fotográficas, la tarea era tediosa y requería de mucha agudeza visual, gran concentración y una enorme dosis de paciencia.

El director del Observatorio, Edward Charles Pickering, decidió contratar exclusivamente a mujeres para realizar esta tarea, pues estaba convencido que estas tenían “la destreza para realizar trabajos repetitivos, no creativos”. Lo que no decía Pickering es que una mujer cobraba bastante menos que un hombre por desempeñar el mismo trabajo. El “harén de Pickering”, como pronto se le conocería con sorna, estaba formado por trece mujeres. Una de ellas era Henrietta Swan Leavitt.

El "harén de Pickering" en plena actividad, hacia 1890

Poco es lo que sabemos de la vida de Henrietta. Nació en 1868 en Lancaster, Massachussetts (Estados Unidos) en el seno de una familia puritana. Se graduó en el Radcliffe College con 24 años y, en 1893, entró como voluntaria en el Observatorio de Harvard. Allí se encargó de estudiar las llamadas estrellas variables, aquellas cuya luminosidad cambia con el tiempo de forma periódica. A lo largo de toda su vida, llegaría a descubrir más de 2.400.

Pero Henrietta no se iba a conformar con ser una simple computadora, nombre con el que se conocía entonces a las mujeres que desempeñaban este tipo de trabajo reiterativo. En su estudio de las estrellas variables, intentó buscar una relación entre su luminosidad y su periodo. El desafío para la época era enorme. Si uno observa unos pájaros en el cielo y uno de ellos parece más pequeño, ¿cómo saber si es realmente más pequeño o simplemente vuela más alto? Lo mismo le ocurría a Henrietta. Al desconocer la distancia de las estrellas variables a la Tierra, no podía saber si su mayor o menor luminosidad simplemente era consecuencia de estar más o menos cerca de nosotros.

Fue entonces cuando se fijó en un tipo particular de estrellas variables llamadas Cefeidas, 25 de las cuales se acumulaban en la región conocida como la Pequeña Nube de Magallanes. Al estar tan agrupadas, Henrietta consideró que la distancia de todas ellas a la Tierra debía ser aproximadamente la misma. Era como decir que, en una bandada de pájaros, todos vuelan a la misma altura. Así pudo comparar los datos de esas 25 Cefeidas y llegar a la siguiente conclusión: la luminosidad de una estrella variable era mayor cuanto más largo fuese su periodo. Detrás de esta inocente frase se escondía una herramienta capaz de medir distancias en el Universo.

RS Puppis, una variable cefeida en la constelación de Puppis

En efecto, al combinar el trabajo de Henrietta con otros métodos astronómicos se pudieron calcular la distancia a diversas Cefeidas. Así, en 1925, el astrónomo estadounidense Edwin Hubble determinó que la nebulosa de Andrómeda era en realidad una galaxia que se encontraba a unos 800.000 años luz de nosotros. Fue la primera de muchas otras galaxias que se descubrirían en los siguientes años. Luego, en 1929, el propio Hubble demostró que el Universo estaba en expansión. Gracias a Henrietta, entre otros, la visión de un Universo estático en el que existía una única galaxia –la Vía Láctea- se había hecho añicos.

Por desgracia, Henrietta nunca llegaría a saborear las mieles de su merecido éxito. En 1921, un cáncer fulminante acabó con su vida en pocos meses. La noticia apenas trascendió, hasta el punto que, en 1924, el matemático sueco Gösta Mittag-Leffler quiso proponerla como candidata al Premio Nobel, sin saber que llevaba muerta tres años.


En la actualidad, el asteroide 5383 Leavitt y el cráter Leavitt en la Luna llevan su nombre a modo de homenaje.