(Esta entrada apareció publicada en el número seis de la revista Buk Magazin, que puedes leer online.)
El físico inglés
Stephen Hawking es uno de los científicos más importantes y famosos de la
actualidad. No sólo por su trabajo en cosmología, estudiando el Big Bang y los
agujeros negros, sino también por su labor divulgativa; sus libros han vendido
millones de ejemplares en todo el mundo. La imagen de Hawking, que está
postrado en una silla de ruedas y habla a través de un ordenador desde hace
décadas, es ya un icono popular que ha trascendido de los círculos científicos.
Lo que no es tan conocido es que a Hawking le
encanta hacer apuestas con sus colegas sobre asuntos científicos, aunque a la
vista de los resultados hay que reconocer que no se le da tan bien como la
física teórica. Ya en 1975, Hawking apostó contra Kip Thorne que la fuente de
rayos X Cygnus X-1 no contenía un agujero negro. En caso de ganar, Thorne
conseguiría una suscripción anual a la revista Penthouse, mientras que si Hawking tenía razón obtendría una
suscripción a la revista satírica Private
Eye durante cuatro años. En esta ocasión podríamos decir que Hawking se cubrió
las espaldas. Como él mismo explica en su famoso libro Historia del Tiempo, sería una desgracia para él si los agujeros
negros no existiesen, después de todo el tiempo que les ha dedicado. En tal
caso, al menos tendría el consuelo de ganar la apuesta y disfrutar de Private Eye. La apuesta todavía tiene
que resolverse, aunque los científicos están seguros al 99 por ciento de que
Cygnus X-1 contiene un agujero negro.
De nuevo Thorne, junto con John Preskill, fue el
protagonista de la siguiente apuesta de Hawking en 1991. Hawking aseguraba que
nunca podríamos observar directamente un agujero negro, porque nada puede
escapar de él, ni siquiera la luz. Sin embargo, en 1997 se demostró
matemáticamente que, bajo determinadas circunstancias concretas y muy
improbables, seríamos capaces de ver el corazón de un agujero negro, un punto
infinitamente pequeño con una densidad infinitamente grande. Esto es lo que se
conoce en el argot como una singularidad desnuda. Hawking aceptó a
regañadientes que había perdido y pagó los 100 dólares a sus colegas. También tuvo
que imprimir camisetas con un eslogan admitiendo la derrota. Hawking escogió “La Naturaleza aborrece las
singularidades desnudas”, lo que en parte también era una reivindicación de su
punto de vista.
Ese mismo año, Thorne cambió de bando y se alió con
Hawking, apostando ambos contra Preskill que un agujero negro destruye para
siempre toda la información que cae en él. Preskill, en cambio, creía que
existe un mecanismo por el que esa información sí se podría recuperar. Por increíble
que resulte, se ha demostrado que Preskill tenía razón: existe un proceso, que irónicamente
el propio Hawking demostró, por el cual un agujero negro se evapora muy
lentamente, y al hacerlo emite parte de esa información que se daba por perdida.
En 2004 Hawking hizo entrega de su regalo a Preskill, una enciclopedia de
béisbol. Según el contenido de la apuesta, “el perdedor debía pagar su deuda
con la enciclopedia que eligiera el ganador, de la que la información se puede
recuperar cuando se desee”.
Hace algo más de una década, en 2000, Hawking se
jugó cien dólares con el físico estadounidense Gordon Kane a que nunca se
encontraría el bosón de Higgs, la elusiva partícula del modelo estándar que
daría masa al resto de partículas elementales. Después de años de búsqueda, el
LHC del CERN confirmó oficialmente su descubrimiento el verano de 2012. Poco
después, Hawking admitía su derrota con un lacónico “parece ser que he perdido
100 dólares”, a la vez que felicitaba a los científicos del CERN.
Todo esto no desmerece la enorme labor científica de
Hawking, eterno aspirante a premio Nobel y capaz por sí solo de cambiar nuestra
visión del Universo. Otra cosa es que ésta sea la última apuesta que pierda... ¿Te
juegas algo?