El 1 de
octubre de 1929, los periódicos de Berlín se hacían eco, en tono
sensacionalista, de unos atrevidos experimentos que habría realizado un joven y
desconocido médico llamado Werner Forssmann, del hospital de la Caridad de
Berlín. Al parecer, Forssmann afirmaba haber introducido, primero a él mismo y
luego a otros pacientes, una fina sonda de goma, de apenas un milímetro de
diámetro, desde el codo hasta el corazón, a través de una vena. Y todo ello sin
experimentar mayor dolor. Su jefe, Sauerbruch, sin embargo, le había tachado de
charlatán y lo había despedido de forma fulminante.
Hasta ese
momento, la trayectoria profesional de Forssmann había sido bastante discreta. Nacido
en Berlín, el 29 de agosto de 1904, estudió medicina en la universidad de
la capital. Su tesis doctoral, sobre la influencia del hígado en la química de la
sangre, le permitió practicar consigo mismo por primera vez; durante cierto
tiempo estuvo sacándose un litro diario de sangre para analizarla. Su esfuerzo
apenas le sirvió para conseguir una plaza en el modesto hospital de Eberwalde,
cerca de la capital alemana.
Ya allí
empezó a formarse en su cabeza una idea: la de buscar un nuevo camino para
llegar al corazón, minimizando los peligros de lesión de una arteria coronaria
o de la pleura al administrar una inyección intracardiaca. Y, a ser posible,
sin la necesidad de suministrar anestesia general al paciente. Le fascinaba especialmente
una reproducción de Éttiene Jules
Marey en la que se le introducía a un animal un tubo hasta el corazón a
través de la vena yugular.
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El polígrafo con la sonda que utilizó Marey para registrar los latidos del corazón |
Forssmann descartó la vena yugular y se puso a buscar otro camino para llegar al corazón. Como bien sabía, la estructura del sistema circulatorio es tal que permite llegar desde
cualquier parte del cuerpo hasta el ventrículo derecho; sólo había que utilizar
un tubo flexible en lugar de uno rígido. Finalmente se decantó por una vena
cubital del brazo izquierdo.
El médico alemán empezó
haciendo experimentos con cadáveres. Para ello introducía el catéter por el
codo hasta llegar al corazón. Todos concluyeron con éxito: la sonda alcanzaba siempre el corazón. Esto le permitió fijar la longitud de la sonda en 65 centímetros.
El siguiente
paso era delicado. Una vez practicado con cadáveres, ¿cómo continuar? El
presupuesto del pequeño hospital era insuficiente para comprar animales de
experimentación. Y su jefe, el Dr. Schneider, rechazó la propuesta de Forssmann de ofrecerse él mismo como paciente en un ensayo. A espaldas de Schneider, Forssmann consiguió convencer a la enfermera Gerda Ditzen, la encargada de preparar el
instrumental en la sala de operaciones, con la condición de que fuese ella misma la
paciente.
Cierto día
de verano de 1929, la sala de operaciones estaba lista para la pequeña
intervención quirúrgica. Mientras preparaba a Ditzen en la mesa de operaciones,
y sin que ésta se diese cuenta, Forssmann empezó a realizar en sí mismo el
experimento. Él solo se anestesió localmente la zona del brazo, se abrió una
vena y empezó a introducir el catéter hacia dentro, centímetro a centímetro.
Cuando Ditzen se dio cuenta de lo que pasaba, no pudo detenerlo: la punta ya
había llegado al ventrículo derecho de su corazón.
No surgieron
complicaciones de importancia; de hecho, Forssmann, con la sonda en el corazón,
se dirigió a la sala de rayos X del hospital, bastante alejada de donde él se
hallaba, atravesando corredores y bajando una escalera muy inclinada, sin
molestia ninguna. Le hicieron una radiografía y en la pantalla se podía ver con
claridad la punta de la sonda dentro del corazón.
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La espectacular prueba del método de Forssman |
El éxito del
procedimiento le valió un segundo ensayo, esta vez en una paciente terminal.
Forssmann administró un medicamento directamente en el ventrículo derecho de la
paciente, en lugar de hacerlo por la tradicional vía intravenosa. La autopsia
confirmó que el catéter había alcanzado su objetivo y que el tratamiento había
sido un éxito.
Poco después
se trasladó al Hospital de la Caridad, y mientras estaba allí publicó los
resultados de sus experimentos en un artículo que llamó “El cateterismo del corazón derecho”. El
escándalo que se desató le pilló por sorpresa. Aunque regresó a Berlín dos años
más tarde, apenas pudo retomar su labor investigadora. Fue
despedido en el verano de 1932
a causa de su baja productividad. Abatido, decidió
abandonar la cardiología y dedicarse a la cirugía y la urología. Ese mismo año
se afilió al partido nazi y más tarde participaría en la Segunda Guerra Mundial
como oficial médico.
Forssmann fue
liberado de un campo de prisioneros en octubre de 1945. Volvió a su casa, pero
durante varios años no pudo ejercer su profesión. Cuando lo hizo, se retiró a
una pequeña y tranquila ciudad alemana, Bad Kreuznach, como especialista en urología de su hospital.
Durante muchos
años, el revolucionario método ideado por Forssmann cayó en el olvido en Europa. Nadie se
dio cuenta de las inmensas posibilidades que ofrecía: diagnóstico de
malformaciones cardiacas, medición de la tensión en las diversas secciones del
corazón y exploración radiológica del corazón, inyectando un medio contraste.
Todas estas exploraciones, indispensables hoy en día para el diagnóstico de
enfermedades del corazón, son posibles gracias al cateterismo cardiaco, que
Forssmann probó primero en sí mismo.
Cómo iba a sospechar que, más de 25 años después, su trabajo se vería recompensado. En
octubre de 1956, recibió una llamada que cambiaría su vida: le habían otorgado
el Premio Nobel de Medicina, compartido con André Cournand y Dickinson
Richards, quienes habían generalizado el uso del cateterismo cardiaco de Forssmann en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.
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La familia Forssman, esperando a que empiece la ceremonia en Estocolmo |
Poco antes de serle otorgado el Premio Nobel, un científico
americano llegaría a decir de él: “You are the typical man before his time”.
Un
hombre adelantado a su tiempo.
FUENTES:
- Werner Forssmann, a Pioneer of Cardiology, R. Forssman-Falck, The American Journal of Cardiology, 79, 651-660 (1997).
- Werner Forssmann: a German Problem with the Nobel Price, H.W. Heiss, Clinical Cardiology, 15, 547-549 (1992).