(Esta entrada se publicó primero en el número 14 de la revista Buk Magazín, que puedes leer online.)
Joseph von Fraunhofer (1787-1826) |
El 21 de julio de 1801, la fábrica en Munich de Philipp Weichelsberger, el cristalero de la corte, se derrumbó sin previo aviso. Aunque él consiguió salir ileso, entre los escombros quedó atrapado su joven aprendiz de catorce años, Joseph von Fraunhofer. Las labores de rescate fueron supervisadas por el príncipe Maximiliano José, que acudió al lugar de la tragedia en cuanto conoció la noticia. Tras varias horas de angustiosa espera, el aprendiz de cristalero fue rescatado con vida.
Nacido el 6
de marzo de 1787 en Straubing, un pueblo de Baviera, Joseph von Fraunhofer era
el más pequeño de una familia de once hermanos. Sus padres, artesanos del vidrio,
murieron cuando él tenía once años. Fue entonces cuando Fraunhofer entró en el
taller de Weichelsberger. Lejos de enseñarle el oficio, este le obligaba a
realizar las tareas domésticas, además de prohibirle ir a la escuela los
domingos y negarle una lámpara para leer por las noches.
La vida de
Fraunhofer dio un inesperado giro después de la tragedia. El príncipe lo tomó
bajo su protección y costeó sus estudios. Luego entró a trabajar en el
Instituto de Óptica de Benediktbeuern, donde se construían instrumentos de primera
calidad. En el entorno adecuado, el extraordinario talento de Fraunhofer empezó
a relucir. Aprendió en seguida los secretos del arte de pulir cristales y
desarrolló él mismo nuevas técnicas que mejoraron su calidad. Su subida fue
meteórica. En 1806, con apenas 19 años, nadie construía unas lentes y prismas como
los suyos. En 1809, administraba el día a día del Instituto y tenía a su cargo
a unas cuarenta personas. Y en 1818, Fraunhofer llegó a director del Instituto,
convertido ya en la referencia de la industria óptica en toda Europa.
Fraunhofer no
solo se dedicó a fabricar lentes, sino que también investigó la naturaleza de
la luz. Desde hacía más de un siglo ya se sabía que la luz blanca no era pura,
sino que era el resultado de la mezcla de rayos de distintos colores. Isaac
Newton lo había demostrado haciendo pasar la luz del Sol por una abertura en
una persiana y luego colocando un prisma en su trayectoria. Al hacerlo, el
genio inglés vio cómo la luz se descomponía en los colores del arco iris.
En 1814, Fraunhofer
repitió el experimento de Newton, pero haciendo pasar la luz solar por una fina
hendidura antes de que incidiese sobre uno de sus prismas. El resultado, a
primera vista, era el habitual espectro de colores que ya viera Newton. Pero
cuando analizó con más detalle el resultado, se llevó una enorme sorpresa. Una
serie de líneas negras salpicaban aquí y allá el continuo de colores. Repitió
el experimento varias veces y también probó con la luz que se reflejaba en la
Luna y en otros planetas. Aquellas misteriosas líneas negras seguían allí. En
total, Fraunhofer pudo contar 574.
En realidad,
algunas de estas líneas ya habían sido observadas por el químico británico William
Wollaston en 1802, pero este creyó que se trataba de la separación entre los
colores. Fraunhofer las estudió en
profundidad, midiendo la posición de las más evidentes, que nombró con las
letras de la A a la K. Hoy las llamamos en su honor líneas de Fraunhofer y conservamos
su nomenclatura.
Para saber
su origen todavía habría que esperar a finales de la década de 1850, cuando los
alemanes Gustav Kirchhoff y Robert Bunsen demostraron que las líneas oscuras se
formaban por el paso de la luz a través de la atmósfera del Sol; allí los gases
presentes absorbían parte de esa luz, dejando su huella en forma de líneas
oscuras. La potencia de esta herramienta se puso de manifiesto en 1868, cuando
se descubrió un nuevo elemento en la atmósfera solar que no se conocía en la
Tierra. Dicho elemento fue bautizado como helio, de la palabra griega que designa
al Sol.
Así nació la
astrofísica, la rama de la física que estudia lo que ocurre en el universo. Por
desgracia, Fraunhofer no vivió lo suficiente para verlo. Tantos años inhalando
gases tóxicos al soplar el vidrio acabaron pasándole factura de forma prematura.
Murió de tuberculosis el 7 de junio de 1826, cuando apenas contaba con 39 años.