jueves, 5 de mayo de 2011

El gran bulo de la Luna


A mediados de 1835, los lectores del periódico The New York Sun pudieron conocer de primera mano uno de los descubrimientos más increíbles de la historia de la ciencia. En la Luna se habían observado…¡UNICORNIOS!

Portada de The New York Sun de 1834.
En efecto, el 25 de agosto de 1835 se publicó en la página dos del periódico un artículo a cuatro columnas llamado “Grandes descubrimientos astronómicos realizados recientemente por Sir John Herschel en el cabo de Buena Esperanza”. En él se explicaba que el astrónomo inglés Sir John Herschel se había embarcado a finales de 1833 rumbo a Cuidad del Cabo, en Sudáfrica, acompañado de su ayudante el Dr. Andrew Grant y de un enorme telescopio de 7.000 kilogramos. Sir John era el hijo de Sir William Herschel, el gran astrónomo que había descubierto el planeta Urano en 1781, y su prestigio estaba fuera de toda duda.

El objetivo inicial de Sir John era observar el tránsito de Mercurio sobre el disco del Sol, un fenómeno que iba a ocurrir el 7 de noviembre de 1834. Pero gracias a la lente del telescopio, que tenía 42.000 aumentos y que estaba “construida bajo un principio enteramente nuevo”, había realizado una serie de extraordinarios descubrimientos astronómicos.

Retrato (sin peinar) de Sir John Herschel.
Herschel había recopilado estos descubrimientos en un documento y se lo había entregado al Dr. Grant, quien debía hacerlos llegar a la Royal Society, la prestigiosa sociedad que agrupaba a los científicos más eminentes de Gran Bretaña. Pero en vez de eso, el Dr. Grant los había enviado al Edinburgh Journal of Science, no sin antes eliminar los detalles técnicos. Haciendo gala de una gran audacia, The New York Sun había conseguido hacerse con un ejemplar del documento y ahora iba a publicarlos en primicia.

Durante los cinco días siguientes, el periódico explicó a sus asombrados lectores el contenido de este fabuloso documento. Según se relataba, todo había comenzado cuando Herschel apuntó su telescopio a nuestro satélite y descubrió que podía ver los objetos de la Luna como si se encontrasen a menos de cien metros de distancia. Al hacerlo comprobó asombrado que la superficie lunar no era yerma, sino que estaba cubierta de unas flores de color carmín, muy parecidas a las amapolas de nuestro planeta. A este prado de amapolas le seguía un enorme bosque lunar, en el que crecía una especie de abeto, y luego un lago de agua azul marino con “una playa de brillante arena blanca”. También había ríos e islas, y de la tierra emergían cristales de cuarzo y amatista en forma de obeliscos y pirámides que podían alcanzar casi treinta metros de altura. Todo estaba explicado con tal lujo de detalles que era difícil no imaginárselo.

Así de animada habría estado la superficie lunar en 1835.
Este fabuloso paisaje estaba habitado por multitud de especies vivas jamás vistas antes. Entre otras, había rebaños de bisontes diminutos, ciervos de gran tamaño y castores bípedos. Estos últimos animales eran de lo más curioso: además de andar a dos patas, construían mejores chozas que muchas tribus humanas y, atención al dato, ¡conocían el uso del fuego! Pájaros de diversas especies surcaban el cielo, como un pelícano gris o una grulla blanca y negra. Y por las playas rondaban extraños animales anfibios de forma esférica. Ninguno de ellos, sin embargo, sorprendió tanto a Herschel como unas criaturas azules con un cuerno. Se parecían a las cabras, pero al mismo tiempo eran elegantes como gacelas. En su honor, el valle donde los descubrieron fue bautizado como el “Valle de los Unicornios”.

Apenas habían pasado tres días desde que The New York Sun empezara a informar a sus lectores de los extraordinarios descubrimientos de Sir John Herschel, y ya no se hablaba de otra cosa en la ciudad. Pero aún quedaba la traca final: el día 28 de agosto se anunció el descubrimiento de vida inteligente (más inteligente aún que los castores, se entiende). Herschel y Grant se quedaron de piedra “cuando percibimos cuatro manadas sucesivas de grandes seres alados […] Era evidente que estas criaturas estaban conversando; su gesticulación, especialmente la acción variada de sus manos y brazos, parecía apasionada y enfática. De ahí inferimos que eran seres racionales. […] Dímosle la denominación científica de Vespertilio-homo u hombre murciélago; y es indudable que son criaturas inocentes y felices, aunque algunas de sus diversiones no se avendrían muy bien con el decoro de nuestras costumbres terrestres”.

Un hombre-murciélago,
posando para la ocasión. 
Estos hombres-murciélago habían construido un enorme templo de zafiro, con pilares de más de veinte metros de altura y un tejado amarillo que parecía oro. Aquello era tan fabuloso que el propio Sir John en persona analizaría sus descubrimientos en la siguiente entrega, la sexta. Pero entonces ocurrió lo inevitable. Los lectores de The New York Sun, que esperaban ansiosos más detalles sorprendentes, fueron informados de que, en un descuido, el telescopio se había quedado mirando hacia el este, de manera que cuando amaneció, los rayos solares, concentrados en las lentes, habían practicado un agujero del tamaño de una circunferencia de 4,5 metros a través de la cámara reflectante. El incendio que se produjo fue sofocado a tiempo de salvar el observatorio, pero el telescopio quedó inservible.

La otra historia
Como ya te puedes imaginar, toda la historia fue una enorme patraña. Nadie había visto unicornios trotando por una pradera, ni hombres-murciélago que caminaban y conversaban, ni nada parecido. El tal Dr. Grant no existía y el Edinburgh Journal of Science…¡había cerrado hacía unos años! Lo único cierto era que Sir John Herschel se encontraba en Ciudad del Cabo, eso sí, ajeno a todo este asunto y realizando sus propias observaciones astronómicas. Su objetivo era catalogar las estrellas, nebulosas y demás cuerpos celestes visibles desde el hemisferio sur para completar la clasificación estelar iniciada por su padre, Sir William. (De hecho, regresó a Londres en 1838 y se ganó una medalla de la Royal Society por sus resultados.) Cuando le contaron la historia y su supuesta participación en ella, su reacción fue…reírse a carcajadas.

Richard Adams Locke, supuesto autor
del bulo, con cara de pocos amigos.
Por lo visto, esta alucinante historia fue urdida por un escritor inglés llamado Richard Adams Locke, que había llegado a Estados Unidos tres años antes. Después de trabajar en varios periódicos como reportero, había aceptado a principios de 1835 un puesto en el joven y modesto The New York Sun.

Si lo que pretendía Locke era aumentar las ventas del periódico con una historia sensacionalista, su trabajo fue un rotundo éxito: a los neoyorquinos les fascinó tanto  que las ventas del periódico pasaron de 8.000 a casi 20.000 ejemplares. The New York Sun se convirtió durante unas semanas en el periódico de mayor tirada de todo el mundo. (Por entonces, el londinense The Times tenía una tirada de 17.000 ejemplares.) Los periódicos rivales estaban furiosos. Uno de ellos, el Journal of Commerce de Nueva York, quiso reimprimir toda la historia y sacar tajada también. Locke intentó disuadir a sus editores, pero ellos se empeñaron en hacerlo. Finalmente, Locke no tuvo más remedio que admitir la verdad. Al menos eso fue lo que afirmó el Journal of Commerce, que anunció a bombo y platillo que la historia había sido una burda invención.

Todo esto no impidió que el bulo lunar traspasara las fronteras de Estados Unidos y llegara a otros países. Incluso existe una traducción al español, de 1836, realizada por Francisco de Carrión (y que hace poco ha sido digitalizada por Google; su enlace, de obligada lectura, lo puedes encontrar más abajo en las referencias).  No tiene desperdicio el prólogo, en el que el bueno de Carrión afirma que "Decir no lo creo, por que no lo he visto, u otras trivialidades, o por lo chocante que parezca el que haya hombres con alas en la Luna, y antojarse, sin más examen, paparrucha inventada por la imaginación fecunda de un burlón; no es modo de raciocinar." 

En cuanto a The New York Sun, nunca admitió que la historia fuese falsa, a pesar de las evidencias y de la polémica que se desató. Y lo que resulta increíble –casi más increíble que la propia historia-, ¡siguió manteniendo su tirada!


P.D. - En Wikipedia se afirma que el repentino éxito de ventas del periódico no es más que una leyenda. No he encontrado datos concretos para confirmarlo o desmentirlo, pero eso no me encaja con que la historia fuese publicada en varios países. El propio Herschel, que tanto se rió la primera vez que le contaron la historia, acabó bastante harto de las cartas de lectores de todo el mundo pidiéndole detalles de sus supuestos descubrimientos. Una de ellas, por ejemplo, venía firmada por un gran número de clérigos que le preguntaba un método para comunicar a distancia el Evangelio a los selenitas. Si tanto caló en el público, lo normal es que eso se tradujese en un enorme aumento de la tirada.


FUENTES:
  1. Evans, David S., The Great Moon Hoax, Sky and Telescope, September, 1981 (196-198); October, 1981 (308-311).
  2. Whitehouse, David, La Luna, una biografía. Editorial Kailas, 2008.
  3. The Great Moon Hoax, Museum of Hoaxes.
  4. Grandes Descubrimientos Astronómicos Hechos Recientemente por Sir John Herschel en el Cabo de Buena Esperanza, Imprenta de Ignacio Estivill, 1836.


1 comentario:

  1. El fenómeno es muy antiguo. La mayor patraña del mundo, envuelta en un formato serio, es creíble para la mayor parte de la humanidad. Cervantes y otros humanistas se desesperaban ante el hecho de que la "Historia de Palmerín de Inglaterra" fuese tomada como tal, como Historia, no como lo que era, un cuento. Pero claro, un libro publicado con permiso del rey y de la iglesia, no podía contar mentiras. Podemos pensar que esta manera de ser jumento es de otros tiempos, pero yo creo que no; viendo lo que los medios nos llevan contando hace años sobre inverosímiles propósitos de adhesionarse bicocas como Kuwait, y la posterior era de oro de la industria armamentística y petrolera, gracias a toda una saga de guerras, ataques terroristas al más puro estilo Hollywood, más guerras, armas químicas reales o inventadas, revueltas populares con el pueblo misteriosamente armado hasta los dientes y, más recientemente, muertes de terroristas que, supuestamente, llevaban seis años pajeándose en el mismo sitio, uno llega a la conclusión que seguimos siendo igual de pollinos que los lectores del New York Sun. Todo esto viene a coincidir con el leitmotif de la peli de R. De Niro y D. Hofman "Wag the Dog" (en español "Cortina de humo"): si sale por la tele (o en el periódico), entonces es verdad. Y punto.
    Saludos desde Brasil.

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