La Gran Puerta del Trinity College (fuente) |
El carruaje llegó
puntual a la entrada del Trinity College de Cambridge y, al bajarme, las piernas casi me fallaron. Estaba nervioso por volver a cruzar aquella puerta y reunirme con la persona que había encontrado las leyes que
gobiernan los movimientos y figuras de los planetas, los senderos de los
cometas y el flujo y reflujo del océano1. El gran
matemático que tenía una extraordinaria herramienta para resolver cualquier
problema relacionado con curvas, por muy complicado que fuese. El mismo que había propuesto una teoría un tanto extraña sobre la naturaleza de la luz, según la cual la luz blanca era la mezcla de los
colores del arco iris. Eso fue hace ya varios años, cuando era casi un desconocido en los círculos científicos; hoy en día, Isaac Newton estaba reconocido como uno de los mayores genios de su época, y el más afortunado, ya que solo se puede encontrar una vez el sistema que rige el mundo2.
El caso es que me pasé un buen rato esperando en el patio central sin que Newton apareciese. Estaba ya empezando a impacientarme cuando veo
pasar a lo lejos a una figura solitaria, alta y delgada. ¡Era él, Isaac Newton! No pude evitar llamarlo a gritos. Cuando se acercó y me reconoció, se me quedó mirando muy sorprendido, con los ojos bien abiertos. ¡Se había olvidado completamente de mi visita! Qué hombre más
despistado. La verdad es que no debería extrañarme. Todavía me acuerdo de aquella ocasión en que Newton quiso determinar experimentalmente el tiempo óptimo de
cocción de un huevo. Llenó una olla con agua y la puso al fuego. Cogió un huevo con una mano y sacó su reloj de bolsillo con la otra, dispuesto a cronometrar lo que tardaba el huevo en cocerse. Al cabo de un rato, se dio cuenta de que lo que estaba observando atentamente en su mano era el huevo, mientras que su querido reloj hervía en el agua sin remisión3.
Después de un breve saludo y un intercambio de palabras bastante formal, fuimos a sus habitaciones, en la primera planta de una casa situada entre la Gran Puerta y la Capilla. Humphrey Newton, su asistente, (quien, por cierto, no guardaba ningún parentesco con él), ocupaba una de esas habitaciones, mientras que él dormía en otra. No siempre fue así: Newton -el científico- estuvo muchos años compartiendo habitación con otros compañeros, como ocurre con cualquier recién llegado al Trinity College. Pero con el paso de los años su estatus social fue subiendo: en 1669 obtuvo la cátedra Lucasiana de matemáticas y en 1672 fue elegido miembro dela Royal Society. Estos méritos le permitieron trasladarse en 1673 a esta casa.
Las habitaciones eran bastante austeras, apenas unos muebles básicos y poco más. Aunque uno siente un escalofrío al pensar que ahí se escribió la obra más grande que se conoce, los Philosophiae Naturalis Principia Matematica (Principios Matemáticos de Filosofía Natural), conocido simplemente como los Principia. Dividida en tres libros, Newton dedicó el primero al movimiento de los cuerpos en el vacío y el segundo al movimiento en medios que oponen resistencia, como el aire o el agua. El tercer libro abordaba nada menos que el “Sistema del Mundo”, en el que aplicaba sus leyes del movimiento a los cuerpos celestes, como la Luna. La guinda de los Principia estaba en el anexo, donde Newton presentó su método de las fluxiones, una herramienta matemática fundamental que había desarrollado hacía muchos años y que por fin se había atrevido a publicar.
El libro tuvo unas ventas más que aceptables, aunque también hay que admitir que no era una lectura fácil. Estaba escrito en latín y era muy denso. Se cuenta que un estudiante de Cambridge, cuando se cruzó con Newton por los pasillos de la Universidad, dijo “allí va el hombre que ha escrito un libro que nadie comprende”4.
Salimos de las habitaciones y observé que, pegado a una ventana, Newton tenía un flamante ejemplar de su telescopio reflector que había revolucionado la astronomía. La teoría de la luz de Newton afirmaba que la luz blanca no era pura ni simple, sino que estaba formada por rayos de distintos colores, que se desviaban de diferente manera cuando atravesaban un prisma. Este descubrimiento le había permitido realizar un extraordinario avance técnico. Por aquel entonces, los telescopios se construían con lentes. Como los distintos tipos de luz se refractaban de manera diferente, no había una lente capaz de recoger todos los rayos en un solo punto. Esto suponía una importante limitación en la calidad de la imagen de estos los telescopios. Newton se dio cuenta de que una manera más eficaz de enfocar la luz y formar las imágenes en un telescopio sería utilizar espejos en lugar de lentes, puesto que un espejo refleja los distintos tipos de luz de la misma forma. En 1671 construyó uno, que fue el que le abrió las puertas de la Royal Society y le sirvió de tarjeta de presentación a la comunidad científica.
Justo al lado del telescopio empezaba una escalera que se dirigía la planta baja. "¿Adónde conduce?" pregunté a Newton señalando la escalera. "Sígueme", me respondió, al mismo tiempo que empezaba a bajar por ella. Así llegamos a una logia de madera, por la que se accedía a un enorme jardín privado, completamente aislado del exterior. A la derecha, según se salía de la logia, y enfrente se encontraba el alto muro de piedra que llegaba hasta la Gran Puerta. En el otro lado, la pared lateral de la Capilla cerraba el cuadrado que se formaba con la casa de Newton. Era el escenario ideal para que el científico inglés, celoso de su intimidad, pudiera desarrollar sus investigaciones a salvo de la mirada indiscreta de sus vecinos.
En una esquina del jardín, pegado a la Capilla, Newton había instalado su propio laboratorio, equipándolo con todo lo necesario para realizar sus experimentos: un horno de ladrillo –que él mismo construyó-, aparatos tales como tubos de ensayo, alambiques, embudos, crisoles, y, por supuesto, materiales, como metales -antimonio, bismuto, hierro, cobre y plomo- y otros reactivos -ácido sulfúrico, ácido nítrico, bentonita y sulfato de cobre (II), comúnmente llamado vitriolo azul-. Una bomba de agua cerca de las escaleras de acceso al jardín proporcionaba a Newton el agua para sus experimentos.
Después de un breve saludo y un intercambio de palabras bastante formal, fuimos a sus habitaciones, en la primera planta de una casa situada entre la Gran Puerta y la Capilla. Humphrey Newton, su asistente, (quien, por cierto, no guardaba ningún parentesco con él), ocupaba una de esas habitaciones, mientras que él dormía en otra. No siempre fue así: Newton -el científico- estuvo muchos años compartiendo habitación con otros compañeros, como ocurre con cualquier recién llegado al Trinity College. Pero con el paso de los años su estatus social fue subiendo: en 1669 obtuvo la cátedra Lucasiana de matemáticas y en 1672 fue elegido miembro de
El Trinity College, en 1690 (fuente) |
Las habitaciones eran bastante austeras, apenas unos muebles básicos y poco más. Aunque uno siente un escalofrío al pensar que ahí se escribió la obra más grande que se conoce, los Philosophiae Naturalis Principia Matematica (Principios Matemáticos de Filosofía Natural), conocido simplemente como los Principia. Dividida en tres libros, Newton dedicó el primero al movimiento de los cuerpos en el vacío y el segundo al movimiento en medios que oponen resistencia, como el aire o el agua. El tercer libro abordaba nada menos que el “Sistema del Mundo”, en el que aplicaba sus leyes del movimiento a los cuerpos celestes, como la Luna. La guinda de los Principia estaba en el anexo, donde Newton presentó su método de las fluxiones, una herramienta matemática fundamental que había desarrollado hacía muchos años y que por fin se había atrevido a publicar.
El libro tuvo unas ventas más que aceptables, aunque también hay que admitir que no era una lectura fácil. Estaba escrito en latín y era muy denso. Se cuenta que un estudiante de Cambridge, cuando se cruzó con Newton por los pasillos de la Universidad, dijo “allí va el hombre que ha escrito un libro que nadie comprende”4.
La portada de los Principia (fuente) |
Salimos de las habitaciones y observé que, pegado a una ventana, Newton tenía un flamante ejemplar de su telescopio reflector que había revolucionado la astronomía. La teoría de la luz de Newton afirmaba que la luz blanca no era pura ni simple, sino que estaba formada por rayos de distintos colores, que se desviaban de diferente manera cuando atravesaban un prisma. Este descubrimiento le había permitido realizar un extraordinario avance técnico. Por aquel entonces, los telescopios se construían con lentes. Como los distintos tipos de luz se refractaban de manera diferente, no había una lente capaz de recoger todos los rayos en un solo punto. Esto suponía una importante limitación en la calidad de la imagen de estos los telescopios. Newton se dio cuenta de que una manera más eficaz de enfocar la luz y formar las imágenes en un telescopio sería utilizar espejos en lugar de lentes, puesto que un espejo refleja los distintos tipos de luz de la misma forma. En 1671 construyó uno, que fue el que le abrió las puertas de la Royal Society y le sirvió de tarjeta de presentación a la comunidad científica.
Réplica del telescopio que Newton presentó a la Royal Society en 1672 (fuente) |
Justo al lado del telescopio empezaba una escalera que se dirigía la planta baja. "¿Adónde conduce?" pregunté a Newton señalando la escalera. "Sígueme", me respondió, al mismo tiempo que empezaba a bajar por ella. Así llegamos a una logia de madera, por la que se accedía a un enorme jardín privado, completamente aislado del exterior. A la derecha, según se salía de la logia, y enfrente se encontraba el alto muro de piedra que llegaba hasta la Gran Puerta. En el otro lado, la pared lateral de la Capilla cerraba el cuadrado que se formaba con la casa de Newton. Era el escenario ideal para que el científico inglés, celoso de su intimidad, pudiera desarrollar sus investigaciones a salvo de la mirada indiscreta de sus vecinos.
Detalle del grabado anterior, con el jardín de Newton en la parte inferior |
En una esquina del jardín, pegado a la Capilla, Newton había instalado su propio laboratorio, equipándolo con todo lo necesario para realizar sus experimentos: un horno de ladrillo –que él mismo construyó-, aparatos tales como tubos de ensayo, alambiques, embudos, crisoles, y, por supuesto, materiales, como metales -antimonio, bismuto, hierro, cobre y plomo- y otros reactivos -ácido sulfúrico, ácido nítrico, bentonita y sulfato de cobre (II), comúnmente llamado vitriolo azul-. Una bomba de agua cerca de las escaleras de acceso al jardín proporcionaba a Newton el agua para sus experimentos.
Los experimentos alquímicos de Newton sobre la transmutación de metales (la transformación de un elemento en otro) eran mucho más que una simple afición. Aprovechando uno de los habituales momentos de abstracción de Newton, su asistente me confesó que estos experimentos le ocupaban la
mayor parte de su tiempo, con mucha satisfacción y placer. Que Newton “raramente se acostaba antes de las
dos o tres de la mañana, a veces no antes de las cinco o seis, descansando
apenas durante cuatro o cinco horas”. Este duro ritmo de trabajo aumentaba
al acercarse los equinoccios de primavera y otoño, épocas en las cuales los
experimentos eran más propicios según la tradición alquímica. Entonces Isaac permanecía ocupado en su laboratorio seis semanas seguidas,
manteniéndose el fuego del horno encendido día y noche sin interrupción.
Todos los experimentos
de Newton debieron realizarse con la más absoluta discreción, pues yo jamás había escuchado hablar de ellos. Desde luego, tenía un motivo de peso para ello, pues la práctica de la alquimia había sido delito durante muchos años. Ya se sabe aquello de que, según la alquimia, cualquier metal podría convertirse en oro con la ayuda de la piedra filosofal, el mítico ingrediente que también sería capaz de curar enfermedades y hasta otorgar la inmortalidad. El caso es que, en 1404, el
rey Enrique IV había prohibido “multiplicar el oro o la plata”, lo que
equivalía a impedir la alquimia, seguramente por miedo a las falsificaciones.
Cuando esta ley fue abolida en 1689, Newton era ya un personaje famoso en los
círculos intelectuales de Inglaterra. Aunque no era el único científico que
practicaba la alquimia, el carácter reservado de Newton le inclinó a seguir guardando el secreto y protegiendo su imagen, tal y como había hecho durante los
últimos veinte años.
El alquimista, en busca de la piedra filosofal, descubre el fósforo y ruega por el éxito y la conclusión de su obra como era la costumbre de los antiguos astrólogos alquimistas (Joseph Wright of Derby, 1771) | Fuente |
La relación entre Newton y la alquimia terminó de forma trágica. En la primavera de 1693
un incendio destruyó su laboratorio, y con él buena parte de sus apuntes alquímicos. Al parecer fue causado por su perro Diamond, quien tiró una vela encima de unos papeles. Newton lo quería tanto que apenas fue capaz de recriminarle la acción diciéndole "Oh, Diamond, Diamond, qué poco sabes lo que has hecho!”5. Afectado seguramente por este accidente, Newton cayó gravemente enfermo ese mismo
verano. De acuerdo con el diagnóstico médico, sufrió una depresión nerviosa
acompañada de delirios y melancolía. Se enfrentó con varios amigos acusándoles
sin motivo. Apenas podía dormir por las noches y era incapaz de concentrarse.
Es posible que la enfermedad fuese producida por un envenenamiento de metales
durante el incendio. El caso es que no se recuperó hasta finales de ese mismo
año. Y yo diría, después de conocer este desgraciado episodio, que todavía hay un rastro de tristeza en su mirada.
Ya se había hecho tarde, y era el momento de partir. Quedaba un largo viaje de vuelta hasta Londres. Me acerqué a Newton y le estreché la mano.
- Un placer volver a verte y que hayamos compartido este día, Isaac. Espero que pienses mi oferta y me responda cuanto antes.
- Así lo haré, Charles (Montagu).
- Y recuerda que no te estoy ofreciendo el cargo de interventor de Mr. Hoare, recientemente fallecido, sino el de director. Aunque me cuesta creer que seas capaz de dejar Cambridge y el mundo académico.
- Lo tengo casi decidido.
Era el 19 de marzo de 1696. Menos de una semana después, el 25 de marzo de 1696, Isaac Newton firmaba su nombramiento como Director de la Casa de la Moneda.
Vista aérea de la Torre de Londres, sede de la Casa de la Moneda en la época de Newton (fuente) |
NOTAS:
- Extraído de su epitafio en la tumba de la Abadía de Westminster, que dice "Aquí descansa Sir Isaac Newton, Caballero que con fuerza mental casi divina demostró el primero, con su resplandeciente matemática, los movimientos y figuras de los planetas, los senderos de los cometas y el flujo y reflujo del Océano. Investigó cuidadosamente las diferentes refrangibilidades de los rayos de luz y las propiedades de los colores originados por aquellos. Intérprete, laborioso, sagaz y fiel, de la Naturaleza, Antigüedad y de la Santa Escritura, defendió en su Filosofía la Majestad del Todopoderoso y manifestó en su conducta la sencillez del Evangelio. Dad las gracias, mortales, al que ha existido así, y tan grandemente como adorno de la raza humana. Nació el 25 de diciembre de 1642; falleció el 20 de marzo de 1727".
- El matemático y físico francés Joseph Louis Lagrange (1736-1813) dijo en cierta ocasión: "Newton fue el más grande genio que ha existido, y también el más afortunado, pues solo se puede encontrar una vez un sistema que rija el mundo".
- Popular Astronomy: a General Description of the Heavens, Camille Flammarion (1884), traducción de J. Ellard Gore (1907), 93.
- Isaac Newton and the Scientific Revolution, Gale E. Christianson (Oxford, 1996), 83.
- The life of Sir Isaac Newton, Sir David Brewster (Nabu Press, 2011).
- Isaac Newton: una vida, Richard Westfall (ABC, 2004).
- Newton, profeta y alquimista, Joaquim Fernandes et al (Esquilo, 2008).
- Las aficiones ocultas de Isaac Newton, Daniel Martín, ¿Cómo ves? nº 127.
- El genio de Sir Isaac y la naturaleza de la luz en Stringers.
Quien pudiera!
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